El largo adiós indaga en la realidad social de Los Ángeles, transformando a la ciudad en un personaje más de la novela. La “gente bien” de los buenos barrios, la delincuencia (más o menos) organizada de los barrios menos buenos, el funcionamiento de la ley y la justicia como extensión del poder… El autor retrata la falsedad de unos comportamientos que se mueven en la neutral superficie de la sociabilidad, señalando los síntomas que delatan el fango subyacente. Así, al capitán de policía involucrado en su caso Marlowe lo define de esta manera:
«Es de los que resuelven los delitos con el reflector en los ojos, la cachiporra blanda, la patada en los riñones, el rodillazo en el bajo vientre, el puñetazo en el plexo solar, el golpe en la rabadilla.»